Esta ha sido una semana convulsa para el autónomo, en general. No me gusta tratar temas ligados con la actualidad porque siento que me hace ser más visceral en mis opiniones, pero la actualidad nos servirá en este caso para analizar varias ideas que quiero desarrollar.
Hace unos días hablé con un amigo que trabaja en el sector inmobiliario. Es falso autónomo, ya que su firma le obliga a serlo pero solo trabaja para ellos. Daría para otra newsletter y un par de denuncias. Tiene treinta y pocos años y lleva tiempo peleando por hacerse un hueco, pero últimamente lo noto cansado. A raíz de la publicación de estas nuevas subidas en las cuotas comentó en un grupo de WhatsApp, medio en serio medio en broma, que al final va acabar preparándose las oposiciones de Correos.
No creo le apasione repartir cartas, pero la sensación es que ya no puede más. “No me compensa”, decía. “Si me va mal, cobro lo justo. Si me va bien, me suben la cuota. No hay manera de ganar cuatro duros.”
Mientras lo escuchaba, notaba esa mezcla entre rabia y resignación. Esa sensación de saber que su realidad actual dista mucho de la que querría tener porque el contexto parece diseñado para que nada termine de compensar. Como en todo, uno mismo identifica muy fácilmente las injusticias ajenas a su responsabilidad, pero desarrolla presbicia cuando ha de mirarse a sí mismo.
La primera idea nos lleva a la segunda.
Unos días después hablé del tema con otro amigo, autónomo societario, con una empresa más grande, estructura y años de experiencia. Le pregunté por lo mismo, y su respuesta fue completamente distinta: “Si quiero seguir perteneciendo al grupo que aporta, me toca pagar más. Ya está. Me centro en crecer.”
Dos enfoques. Dos mentalidades. Dos maneras de enfrentarse al mismo problema. Ninguna mejor que la otra. Una habla desde la supervivencia, la otra desde la estabilidad. Pero las dos partieron del mismo punto de origen. El cansancio de un entorno que desincentiva la iniciativa une a esas dos mentes, pero el enfoque probablemente tenga una incidencia importante en el día a día.
Obviamente elijo la segunda, pero me es imposible no empatizar con la primera.
La primera es, probablemente, la sensación que tendría cualquier trabajador por cuenta ajena que viviera en sus carnes cobrar el bruto de lo que gana, y hacer el esfuerzo activo de pagar lo que el estado se queda. Ahora da igual, porque lo paga la empresa.
Lo más perverso no es que los impuestos suban, sino el mensaje que se cuela entre líneas: “no te la juegues, no merece la pena”. Esa es la verdadera erosión, la moral. España no castiga el éxito. Lo pone en duda. Y cuando la sospecha se vuelve cultura, la gente que podría crear empleo, mover cosas, asumir riesgos o inventar nuevos caminos acaba apagando su fuego por agotamiento mental.
“Nos van a putear igual, así que más vale estar entre los que crean valor.”
Me quedé dándole vueltas porque tiene razón. Nunca va a haber un contexto ideal. Siempre habrá algo que frene. Una cuota nueva, una norma absurda, un impuesto que nadie entiende. Y, sin embargo, algunos siguen creando porque entienden que si el entorno se vuelve hostil la única defensa real es empujar más que el resto.
Me lleva a la siguiente idea.
Mi experiencia me dice que cuando enfrentas la idea de montar tu primer negocio basas todo en tu entusiasmo. Y el entusiasmo, cuando no se apoya en método, es una trampa. Te hace creer que moverte mucho es avanzar.
Me habría venido bien alguien que me frenase.
“No te flipes con la idea. Entiende los números. Calcula cuánto quieres ganar antes de invertir, y cómo lo vas a hacer con el precio al que quieres vender."
En ese momento nadie a mi alrededor lo hizo, probablemente porque no tenían el criterio. Con el tiempo entendí que el papel del consultor no es decirte lo que quieres oír, sino lo que te puede ahorrar tiempo y dinero en el futuro. Hoy está de moda criticar al consultor porque se entiende que hay más charlatanería que conocimiento. Entiendo ambas visiones, pero siento que hay matices.
Esta semana ayudé a un futuro emprendedor que contactó conmigo por Twitter. Unos 40 años, con mucha experiencia en el sector privado pero ninguna como emprendedor. Tenía una idea que compartió generosamente conmigo, pero según anotaba algunos números me vi en la obligación de recomendarle parar y pensar. El entusiasmo nunca debe anteponerse al sentido común y al conocimiento del medio.
Parar y pensar. La cuarta idea del día.
Una parte importante de mi trabajo consiste en ayudar a otros a no repetir mis errores para que construyan con cabeza, sin dejarse arrastrar por la urgencia de hacer más. Entiendo que esa es otra forma de perder dinero.
Hay personas que malinterpretan el resultado del ritmo y la intensidad. Sentir que el éxito llega cuando trabajas al 150% es un error de novato. Quizás a corto plazo pueda dar algunos resultados, pero a largo te destroza.
Trabajar al 150% durante seis meses es lanzar fuegos artificiales. Trabajar al 80% durante diez años construye el futuro.
Esa es la diferencia entre la ambición y la madurez. Uno acelera, el otro sostiene. Y sostener es infinitamente más difícil, porque exige algo que el entorno actual no recompensa: ritmo constante, no intensidad fugaz.
Esta semana apliqué ese aprendizaje a un nuevo compañero de mi equipo, pero me recordó a la mentalidad del autónomo, incentivada por los síes y aniquilada por las normas.
Animo a seguir creyendo que vale la pena. El problema no es que el sistema sea injusto, sino que ya casi nadie confía en que su esfuerzo cambie algo.
Por eso me obsesiona tanto la cultura del trabajo sostenido, del criterio, de la excelencia diaria aunque nadie la vea. Es lo único que funciona a largo plazo.